Malverde es un santo cuyos milagros no reconoce la Iglesia. Tiene tres capillas en el mundo donde honran su memoria. Una está en Cali, en Colombia. La otra en Culiacán, en México. Y la tercera, en Los Ángeles. Es la ruta de la coca. Es el patrón de los narcotraficantes.
La leyenda cuenta que Jesús Malverde fue un bandido que vivió a finales del XIX en la sierra de Sinaloa. Su cabeza tenía precio. Un cazador de recompensas le hirió de bala en una pierna pero Malverde consiguió refugiarse en las montañas. La herida se gangrenó y, cuando ya no había esperanza de salvar la vida, pidió a uno de sus compañeros que le entregase al gobernador, cobrase la recompensa y utilizase después el dinero para ayudar a los pobres.
Tal vez no fue así. Tal vez Jesús Malverde nunca existió. Pero cada 3 de mayo, el día de este santo bandolero, la capilla de Culiacán se llena de fieles devotos del Robin Hood mexicano. Es el patrón de los pobres, de los desesperados. Pero, sobre todo, es el santo de los narcos, que rezan por su memoria y le encomiendan su suerte.
La capilla de Malverde en Culiacán, la primera de las tres, se construyó hace pocas décadas, en el mismo sitio en el que contaban que el bandolero había sido ajusticiado, a pocos metros del palacio de Gobierno del Estado de Sinaloa. Es una construcción caótica y abigarrada, apenas 100 metros cuadrados de pequeñas salas alrededor del busto de Malverde que aparece en la foto. Está lleno de decenas de placas, la mayoría de ellas con faltas de ortografía.
La capilla de Malverde se construyó en el sitio donde contaban que el bandolero había sido ajusticiadoLa capilla de Malverde se construyó en el sitio donde contaban que el bandolero había sido ajusticiado.
“Gracias por ayudarnos asta Arizona”, reza una de ellas, que está rodeada de billetes de cien dólares clavados a la pared con chinchetas a modo de ofrenda. Entre los nombres que aparecen en las placas agradecidas están los de los principales narcotraficantes de la zona y es habitual que un día, sin razón aparente, una banda de narcocorridos se pase un par de días tocando canciones al busto de Malverde. Suele ser señal de que han ‘coronado’, de que un gran cargamento de coca ha pasado la frontera estadounidense.
Entre las placas de agradecimiento está la de Pedro Pérez, “el Jaguar”. Durante años fue el comandante en jefe de la Policía Ministerial de Culiacán. Hoy está en prisión. Pero Malverde, o su buena suerte, ya le ha salvado tres veces de morir a tiros. La última de ellas fue cuando su destino se cruzó con la balacera que inició una de las guerras más sangrientas de la historia del narcotráfico mexicano. El día que mataron a Rodolfo Carrillo, “el Jaguar” estaba allí.
11 de septiembre de 2004, Culiacán
Pocos son los narcos que mueren de viejos. Rodolfo Carrillo Fuentes, el hermano pequeño de “El señor de los cielos”, Amado Carrillo, no fue una excepción. Tras la muerte de su hermano, el gran zar de la droga de la década de los 90, Rodolfo se convirtió en uno de los peces gordos del cártel de Juárez, la banda de narcotraficantes más poderosa de toda América. Era uno de los capos que se sentaba en el pequeño consejo que ocupó el vacío de poder que dejó Amado Carillo.
Le llamaban “el niño de oro” y era el “negociador” del cártel de Juárez, el que se ocupaba de sentarse con las demás organizaciones narcos para llegar a acuerdos sin necesidad de disparos. Tenía 29 años y era, junto con su hermano Vicente Carrillo (en la foto), uno de los herederos del imperio que forjó Amado Carrillo. Pero los lugartenientes de “El señor de los cielos” no estaban de acuerdo con el reparto.
Rodolfo estaba buscado por la justicia mexicana y por la DEA, la agencia antidroga estadounidense. Había una jugosa recompensa por cualquier pista que ayudase a su detención. Sin embargo, el pequeño de los Carrillo se paseaba con tranquilidad por Culiacán sin miedo a ser detenido.
Nadie se atrevía a denunciarlo, nadie en Culiacán está tan loco, y la policía mexicana tampoco era problema. El guardaespaldas personal de Rodolfo Carrillo era Pedro Pérez: “el Jaguar”, el jefe de la policía que rezaba a Malverde.
En Sinaloa estas cosas no son noticia. Especialmente porque el que se atreve a escribirlas puede acabar lleno de plomo. Gran parte de la policía está a sueldo de los narcos y también muchos de los políticos locales. Ciudad de México queda muy lejos.
Cada cierto tiempo, cuando las cosas se van demasiado de madre, desde la capital mandan al Ejército para que ponga orden. Lo primero que suelen hacer los militares cuando aterrizan en Culiacán para alguna operación es encerrar a la policía. Así se evitan tener que dispararles.
Pero las balas que casi matan a “el Jaguar” no fueron disparadas por las fuerzas del orden.
El 11 de septiembre de 2004, Rodolfo Carrillo y su mujer salían del Cinépolis de Culiacán de ver una película. En el aparcamiento le esperaban una decena de pistoleros, armados con “cuernos de chivo”, el nombre que dan los narcos al mítico fusil AK-47.
Fueron más de 500 disparos. En la balacera murió “el niño de oro”, su mujer –una guapa sinaloense de 18 años–, un lavacarros que pasaba por allí y cinco personas más, entre los asaltantes y los guardaespaldas de Carrillo. “El Jaguar”, milagrosamente, recibió varios disparos pero salvó la vida.
El 11 de septiembre de 2004 empezó una guerra. Aún no ha terminado.
Sólo obedecemos a un Carrillo
Desde que mataron a “el niño de oro” ya han muerto en México más de 500 personas. Las ejecuciones y los tiroteos son constantes y se han extendido por toda la república. El magnicidio ha iniciado una ola de venganzas y ajustes de cuenta entre los distintos cárteles de la droga.
La sentencia de muerte de “el niño de oro” se firmó tres meses antes en Monterrey con un apretón de manos. Según la policía mexicana, allí se reunieron algunos de los lugartenientes del cártel de Juárez para pactar el golpe de estado. Los cabecillas del asesinato fueron Ismael “el Mayo” Zambada y Joaquín “el Chapo” Guzmán.
Ambos narcos hicieron su carrera a la sombra de “El señor de los cielos”. Pero sólo debían fidelidad a un Carrillo Fuentes, a Amado, y ahora pelean con Vicente Carrillo, actual cabeza del cártel de Juárez, por el control del negocio.
La venganza de Vicente Carrillo por la muerte de su hermano no tardó en llegar. Sangre por sangre. El 31 de diciembre de 2004, el día de nochevieja, Arturo “el Pollo” Guzmán, hermano de “el Chapo” murió asesinado a tiros en la prisión de máxima seguridad de La Palma, en el México DF. El asesino dice que amenazaron con matar a toda su familia si no cumplía con la ejecución.
Mientras Vicente Carrillo, Ismael “el Mayo” Zambada y Joaquín “el Chapo” Guzmán luchan a muerte por el control del cártel de Juárez, otro gran barón de la droga mueve sus fichas. Dirige su ejército desde el penal de La Palma, la misma cárcel donde mataron a “el Pollo”. Se llama Osiel Cárdenas y es el jefe del cártel del Golfo.